viernes, 9 de octubre de 2015

Día 8

Es la multitud lo que me hace sentir solo, como es la blancura del papel lo que nos hace leer las palabras tintadas de negro, como es la oscuridad de la noche la que nos permite apreciar la luz del día. 
La multitud de Surbús. Esa algarabía que te impide escuchar tus propios pensamientos, pero en la que no puedes participar porque no tienes nada que decir. Esa persona que se sienta a tu lado sin mirarte a los ojos y que, sin palabras, aparta las piernas con desidia para dejarte salir en tu parada. Un momento de cercanía que probablemente no vuelva a repetirse jamás entre vosotros, pero al que ninguno concede importancia. Gritos de pasajeros al conductor, como si éste fuera un mecanismo más del autobús. Gritos del conductor a los pasajeros, como si estos fueran ganado. Personas que, en general, no parecen personas. A tu lado, alguien se pasa todo el trayecto mirando la pantalla de un móvil intentando escapar de esa realidad que es la soledad, ignorando que desde tu perspectiva sólo parece un robot que ni siquiera puede sentir la emoción de la soledad ni el miedo a ser olvidado. Personas que prefieren ir de pie antes que sentarse junto a alguien, antes que sentir cómo sus piernas entran ligeramente en contacto con las de otro, antes que tener que decir "gracias" a cambio de veinte minutos de comodidad. Personas que parecen querer estar solas. Y tú, que estás harto de estar solo, te preguntas por qué. Pegas la cabeza al cristal y buscas la respuesta a través de la ventanilla, pues lo único que te queda es imaginar que estás al otro lado. Pero observas a una bandada de pájaros que, juntos, surcan el cielo como si fueran uno en perfecta armonía. Y, entonces, te das cuenta de que estás equivocado. De que no estás al otro lado del cristal y de que no hay una respuesta. De que estás rodeado de gente, pero no de personas. De que estás solo. 
En ocasiones viajo solo en Surbús. Y, cuando por fin puedo escuchar mis pensamientos, me doy cuenta de que no podría ser de otra manera.

Estadística Semanal

Número de desaparecidos: 156
Número de muertos: 28

lunes, 21 de septiembre de 2015

Día 7

Siete. El número mágico. También es el número de minutos que se suponía que le quedaban al autobús. No obstante, no podía estar más errado. Pero ¡La aplicación me lo dijo! No sé por qué aún sigo confiando ella, porque no es la primera vez que me ha engañado. Al menos me engaña dos veces por semana. Eso lo sé. La otra noche lo comenté por primera vez, borracho y avergonzado, con mis amigos del bar. Amargados, confesaron que las suyas también los engañaban. Nos preguntamos por qué seguíamos confiando en ellas. Por qué cada mañana la abríamos y deslizábamos nuestros dedos sobre ella, mirándola como si no supiéramos que nos iba a engañar una vez más. Antes de responder a estas preguntas, en el bar comenzó a sonar "Papi Chulo" y nos pusimos todos a cantarla a base de berridos. Para cuando hubo acabado la canción, nuestro humor se había reavivado y ninguno recordaba ya de qué estábamos hablando.
No hasta esta mañana, cuando volví a deslizar los dedos sobre ella, cuando volví a confiar en ella, cuando ella volvió a engañarme. 
Al fin y al cabo, recordé, ella no me pertenece. No es algo que yo pueda reclamar. A pesar de que me ilusione con esas inmarcesibles promesas que nunca cumplirá, la aplicación nunca será mía. Es de Surbús. 
Mientras esperaba que llegara el autobús escribí dos novelas, un ensayo y un epitafio para un amigo que había muerto, quién sabe si de hambre, quién sabe si de frío, esperando al autobús tras depositar en la aplicación su confianza más ciega. 
Para cuando terminé tales menesteres aún me sobraba algo de tiempo, así que lo invertí en soñar despierto. No como expresión, sino literalmente. Creo que sólo los cetáceos y los usuarios de Surbús pueden hacerlo. ¿El motivo? Hay que madrugar demasiado para ir cómodo, y si te duermes profundamente seguramente te robarán. Por eso las personas que llevan varios años utilizando este servicio hemos aprendido a dormir sólo con un lado del cerebro mientras que con el otro permanecemos alerta a nuestras pertenencias. 
Soñé con una película de Transformers en la que las máquinas que se transformaban eran autobuses de Surbús. ¿En qué se transformarían los autobuses? En mi sueño el autobús se transformaba en el conejo de Alicia en el País de las Maravillas gigante, que utilizaba una de las ruedas a modo de reloj y, desorientado, lo miraba todo el tiempo diciendo: "¡Llego tarde, llego tarde!". 
Después utilizaba otra de sus ruedas a modo de Ipad y actualizaba la aplicación de Surbús para que los que lo estuvieran esperando no cayeran en un ataque de ansiedad. 
Al final del sueño aparecía la Reina de Corazones, que se acercaba al conejo y le decía que no se preocupara, que diría que la culpa era de los estudiantes, que tendrían que madrugar más. 

martes, 15 de septiembre de 2015

Día 6 - Respuesta express a la sugerencia del alcalde de que madruguemos más.



No voy a decir mucho. Sólo diré un par de apreciaciones que me han surgido ante esta nueva medida (aparte de algún refuerzo que dice el periódico pero del que aún no hay evidencias) del alcalde. 
Vamos a ver, yo entiendo que se haya podido confundir. La Alcaldía está en plena estación y a lo mejor el pobre hombre cree que todos los autobuses que pasan por la Avenida Cabo de Gata pasan también con tantas líneas y asiduidad por el resto de la ciudad. A lo mejor si la Alcaldía estuviera en Torrecárdenas se daría cuenta de que a la Universidad sólo hay un autobús que pasa cada veinticinco minutos y que tiene una hora de recorrido. Yo, por ejemplo, para entrar a clase a las nueve me tengo que levantar a las siete. Hay otras carreras que empiezan las clases a las ocho, y si algún pobre diablo tiene la suerte de vivir en mi barrio se tendría que levantar a las seis de la mañana para llegar a clase puntual. La medida del alcalde ahora es levantarse a las cinco y media ¿No? Bueno, eso si quieres hacer todo eso que se recomienda por salud de desayunar, lavarse los dientes, ir al baño, etc. 
Sí, señor alcalde, usted ve pasar al autobús 18, al autobús 11, a su refuerzo (el 14), y al 12. Pero eso sólo ocurre entre la Avenida Cabo de Gata hasta la Universidad. En el resto de la ciudad, que es el 95% de la ciudad, no ocurre eso. Da igual que madrugues más o no, para cuando los autobuses llegan a la Avenida Cabo de Gata ya van cargados porque hay poquísimas líneas y pasan con muy poco tiempo. La culpa no es de los alumnos, joder. 
Luego está el asunto de las personas que tienen que ir en silla de ruedas. Esas personas sí que tienen que madrugar más, porque si se esperan a la hora punta, no pueden utilizar el autobús para ir la universidad. Digo "tienen" porque no les queda otra, no porque sea una obligación. 
Repito: Madrugar más o menos no es el problema. Adelantando la masificación quince minutos o una hora más no impedirá que ésta aparezca a la hora de siempre. Usted nunca ha cogido un autobús para ir a la universidad. Los autobuses llegan cargados, y si no entras a tu hora te jodes y esperas a ver si en el siguiente hay suerte. Repito: No es cuestión de madrugar: Viene masificado desde barrios que lo han tenido que coger una hora antes que tú. 
Lo único que se conseguiría con su medida sería obligar a que las personas dependientes de silla de ruedas tengan que ir a la universidad en Gorrocóptero. 


lunes, 14 de septiembre de 2015

Día 5

El verano ha sido duro, pero he vuelto. Me gustaría pedir disculpas por mi ausencia, ya que ésta no se halla falta de motivos:
Tenía cuatro empastes de metal. A mediados de Julio, sin embargo, se derritieron. Se fundieron debido al calor y me provocaron, en la boca y en la garganta, quemaduras de primer grado, de segundo grado, de tercer grado, de licenciatura y de máster. 
Ah, también mis gafas eran de metal. Cuando llegué al hospital parecía un cuadro de Dalí. Me he tirado todo el verano entre el hospital y los cuidados intensivos. Alimentándome con suero y foie gras intravenoso y, cada vez que sentía que las quemaduras me ardían demasiado, buscando en google la sonrisa de Esperanza Aguirre para sentir frío. 
No ha sido un verano fácil. 
Pero ya estoy recuperado, listo para el nuevo curso, listo para volver a enfrentarme a Surbús y listo para volver a escribir. 
En esta primera entrada no voy a entretenerme mucho, puesto que en lo que va de verano no he viajado apenas en autobús. Sólo en las pesadillas, pero tienen un alto contenido lleno de subjetividad así que no tengo en cuenta estos viajes a efectos de cómputo. 
Voy, aparte de anunciar que he vuelto, a dejaros con una reflexión. Tanto reposo me ha dado mucho tiempo para pensar y, como ante todo, soy estudiante de psicología y usuario del transporte público, he meditado sobre esta cuestión:
Para ser psicólogo hacen falta dos cosas: 
1 - Intuición/empatía/sentido común sobre la mente humana/llámalo X. Con esto se nace. Pero obviamente no es ni de lejos suficiente para ser un buen psicólogo. Pero sí necesario. 
2 - Todos los conocimientos que te aporta la carrera y que van más allá del simple sentido común y la empatía, y que son muchos más que los que la mayoría de la gente que no ha estudiado cree. Por eso se escucha tanto ese súmmum de la ignorancia y la vanidad tal que  "es que ir al psicólogo no sirve para nada. Lo que te va a decir él te lo puedo decir yo". 

Estas dos cosas son necesarias para ser psicólogo. La segunda es mucho más importante que la primera, pero debes tener las dos en perfecta simbiosis. Ahora bien. ¿Cómo saber si alguien las tiene?
El punto dos es muy fácil. Que te enseñe su título académico. ¿Lo tiene? Perfecto. 
Pero ¿Cómo sabemos quién tiene el punto uno? Esa intuición, esa empatía, esa comprensión de la mente humana que todo el mundo asegura tener pero que luego deja tanto que desear...

Muy fácil. En los asientos que dan al pasillo del autobús, si la persona se sienta sola, fijaos en si se sienta en el asiento de dentro o en el asiento de fuera. Y no hablo de un viaje de un minuto que sea de una parada a otra, no, no. Viajes largos. ¿Nunca habéis visto a gente que nada más llegar se sienta en el asiento de fuera, bloqueando el paso para el asiento libre que tiene a su lado, y se queda así todo el viaje? 
Pues si esa persona tuviera esa intuición nata de la que hablamos... Tendría que saber que hay algunas personas a las que les da corte acercarse, llamarles la atención y decirles "Disculpe ¿Me deja pasar al asiento de dentro?"
Hay gente que se queda de pie, mirando el asiento vacío, casi relamiéndose. Viendo cómo la corta distancia que hay entre él y la comodidad se ve truncada por una línea que ha tomado la forma de un gilipollas sin sentido común. 
Si eres uno de esos gilipollas anónimos que en un viaje largo te coges el asiento de fuera pensando "bah, si alguien quiere sentarse en el de dentro ya me lo pedirá"... Piénsalo si quieres. Pero nunca, nunca le digas a alguien que no vaya al psicólogo porque para lo que le va a decir, tú le puedes dar mejores consejos. 



martes, 17 de febrero de 2015

Día 4

Lo bueno que tienen los días de lluvia en Almería es que, cuando comienzan a dolerte las piernas de esperar de pie el autobús y los pies de tenerlos empapados y fríos en la intemperie, la gente nunca se da cuenta de que estás llorando. También, otra de las cosas buenas que tiene es que no son días aburridos. Siento lástima de esas otras ciudades donde la gente sólo tiene que abrir el paraguas para resguardarse de la lluvia, despreocupándose absolutamente de todo lo demás. ¿Qué gracia tiene eso? Es como comprar pipas ya peladas. No, aquí eso es un desafío, porque si hay lluvia, hay viento. Y pobre de aquél que vaya con el pensamiento de "bueno, parece que está apretando la lluvia. No pasa nada, cogeré el paraguas que me compré el otro día en el chino y recorreré la Avenida Mediterráneo sin problemas". 
A este desafío del viento se le junta el hecho de que los almerienses, por el mero hecho de vivir en Almería, estamos desentrenados en el uso de los paraguas. En los días de lluvia, hay mucha más gente en urgencias debido a que se han pillado un dedo con la pestaña del mecanismo que abre el paraguas plegable o que han perdido un ojo debido a un despiadado taco de alguna varilla del paraguas de otra persona, más que gente resfriada. 
Aquí estamos hablando de los almerienses en general. 
Luego están los universitarios almerienses. 
¿Quién no ha visto nunca la dramática imagen de un universitario saliendo del aulario sin haber terminado aún de meter los apuntes en su mochila, porque sus compañeros lo han dejado atrás ya que corrían el riesgo de perder el autobús si lo esperaban, e intentando frenéticamente meter los apuntes en la mochila con una mano mientras con la otra intenta abrir el paraguas? Entonces se pilla un dedo con el paraguas, suelta la mochila de la otra mano, se tropieza con ella, se le caen los apuntes y, apuntes y él, caen de bruces en el suelo empapado, mientras que el paraguas, que estaba medio abierto, debido a la aceleración y a la fuerza del viento se da la vuelta y se rompe. La estampa de esa masa de estudiante, apuntes, metal y tela, fusionándose en el suelo bajo la lluvia, siempre es bastante deprimente. Así es como muchos estudiantes han perdido, a la vez, paraguas, apuntes, dientes y dignidad. Ah y, por supuesto, el autobús.
Sin embargo, no todo es dicha para los que consiguen llegar sanos y salvos a la parada.  
Ahí entra en juego también la tortura psicológica. Esos minutos en la pantalla de "Parada Informativa", que deberían reducirse con el paso del tiempo pero no se reducen. Esos rumores a tus espaldas que, mezclados con el tamborileo de las gotas de agua en tu paraguas, dicen "Sí, es que los días de lluvia el tráfico se ralentiza muchísimo". Esas gotas de lluvia que, debido al viento, toman un inexorable ángulo de 45º, empapándote las piernas y los pies por mucho paraguas que tengas. Esa sensación de mirar a toda la gente que está reguardada dentro de las marquesinas, donde ya no queda espacio para ti. Esos segundos que pasan como horas, desde que ves el autobús a lo lejos hasta que finalmente llega a la parada. 
Y la cosa no acaba cuando el autobús llega. Ah, no. 
Ocurre una cosa muy dramática y es que, la gente está ya tan desesperada que, en cuanto el autobús se está acercando a la parada, en seguida pliegan sus paraguas para poder ponerse en primera fila, quedándose desprotegidos bajo el manto de lluvia. Debido a esa desesperación, olvidan que el conductor del autobús siempre, llueva o no llueva, se toma su tiempo para parar. En ocasiones parece que va a parar ya, pero siempre avanza un poquito más, y luego un poco más, con una masa de estudiantes empapados mirando la puerta como un perro hambriento mira un trozo de carne sobre una mesa, cual ejército de zombies. 
Luego, si los autobuses ya se llenan en los días normales, cabe imaginar cómo de cómodo son los autobuses los días de lluvia, cuando la demora ha sido mucho más larga y se han acumulado más estudiantes, cuando tienes los pies chorreando y cuando no sólo van los estudiantes si no que van también sus respectivos paraguas. 
Si el Triángulo de las Bermudas es el lugar donde más aviones y barcos desaparecen, los autobuses que vienen de la universidad son sin duda el lugar donde se dan más desapariciones de paraguas. Nadie recuerda cuándo empezó a echar de menos a su paraguas. Nadie recuerda haber visto un paraguas extraviado. Simplemente, desaparecen.
No obstante, los estudiantes más optimistas no se preocupan por eso. 
Piensan: "Bueno, no pasa nada, esta tarde me compro otro por un euro en el chino". 
Qué malo es olvidar dónde se vive. 

Nº de muertes: 56 (causa principal, neumonía)
Nº de heridos: 89 (causa principal, paraguas propios y/o ajenos)
Nº de desaparecidos: 32 (personas) y 284 (paraguas)