jueves, 30 de octubre de 2014

Día 2

¿Habéis oído hablar de la tortura china de la gota de agua? Te dejan totalmente inmovilizado y comienzan a dejar que una gota de agua te caiga en la cabeza lenta pero constantemente, y no lo puedes evitar. El proceso provocaba la muerte del torturado por paro cardíaco al cabo de varios días. ¡Varios días! ¡Ay, si los chinos hubiesen conocido a Surbús! En la tortura china por lo menos el sujeto está sentadico, o incluso tumbado. En cambio, en Surbús tienes suerte si consigues apoyar uno de los dos pies. Como al llegar a la avenida Cabo de Gata de camino a la universidad te hayas quedado atrapado en el sitio del autobús donde siempre hay una puñetera gotera de vete tú a saber qué, ya la has cagado. Consultando en bases de datos, creo que ya son 38000 víctimas las fallecidas a causa de la gotera de los autobuses de Surbús. Las causas son diversas:
O bien paro cardíaco, o bien ingesta de la gota por un "no hay huevos", o bien peleas a muerte por intentar cambiar de sitio para que deje de darte la gota... Al menos así es mucho más divertido que la tortura china. En este aspecto, Surbús recibe un punto a favor. 
¿Cuál es la causa de la gota de Surbús? Nadie lo sabe. Algunos dicen que es por algo de la refrigeración. Otros dicen que es una maldición y que aquel a quien toque la gota sufrirá tantos años de mala suerte como gotas le caigan. Otros dicen que los autobuses de Surbús sólo gotean cuando los ángeles lloran. 
Sea como sea, el ayuntamiento, raudo y eficaz como siempre, ha puesto cartas en el asunto. Ha apostado por el problema de la refrigeración del vehículo y ha comenzado un nuevo diseño de autobuses que utilicen otros métodos para conseguir el mismo fin. El proyecto ya se está llevando a cabo y, de hecho, ya han dejado ver una maqueta a escala del nuevo autobús con sistema de refrigeración sin agua incorporado:

Lo que no entiendo es cómo no se les había ocurrido antes.
En realidad, si no hubiese tanta masificación en los autobuses, la gota no supondría ningún problema. Como siempre, muchos de los problemas de Surbús se arreglarían poniendo más autobuses. 
En realidad, se comenzó un proyecto muy interesante que pudo ser una buena solución. Se planteó poner redes de Tren AVE por toda la provincia de Almería, para que todos los pueblos pudiesen acceder a la universidad mucho más rápido, pero el Excelentísimo Ayuntamiento de Almería paralizó el proyecto en 2010 debido a la amenaza de la Gripe Aviar.

Sin embargo, deberían plantearse seriamente el hecho de que sólo haya un autobús que conecte la Universidad con el Hospital de la ciudad, y que tarde una hora en hacer el recorrido (34 horas en días lluviosos). 

A veces es inquietante coger el autobús que va desde la universidad del autobús hasta el hospital, porque te preguntas quién lo habrá cogido para ir a su casa y quién lo habrá cogido porque debía ir al hospital. Pasada la media hora, comienzas a preguntarte quién está dormido y quién muerto. Aunque estén de pie. A veces se han dado casos de personas que han muerto de pie en los autobuses de Surbús y de hecho estos cadáveres son los más difíciles de extraer. 
El motivo es que todo el rato, antes de la muerte, han ido fuertemente agarrados tanto a una barra como a una de esas cintas que parecen sogas para ahorcarse y que sirven para agarrarlas y no caerte. Con tanta gente y tantas curvas, el agarrarte bien fuerte de algo se convierte en una prioridad de supervivencia. Pero este esfuerzo junto con "la gota" y la presión de la caja torácica por parte del resto de pasajeros hacen que el futuro cadáver muera en el acto, de pie, y no caiga debido a la fuerza con la que se encontraba sujetando la barra. La mano se queda entumecida y no se suelta. Después, cuando la gente se da cuenta de que está muerto y alguien intenta sacarlo, el cadáver suele estar en rigor mortis y normalmente hay que amputar las extremidades con las que el sujeto se agarraba.
 Ésa es la razón de que en algunas ocasiones, al subir al autobús, se encuentren manos que sólo van desde los dedos hasta la muñeca, firmemente agarradas a las barras, en proceso de putrefacción. 

El día de hoy no ha sido de los más interesantes o dignos de mención, sólo ha habido unos 12 fallecidos, 36 heridos y 8 desaparecidos. Sin embargo, hoy ha sido especial porque uno de los fallecidos murió en mis brazos. 

Se llamaba... ¿Cómo era? Bueno, qué mas da, si ya está muerto. El caso es que estaba en el último año de la carrera y me dijo que su mayor deseo era poder sentarse en un autobús de vuelta de la universidad antes de acabar la carrera. Quería saber qué se sentía, decía. Me lo contó mientras esperábamos al sol, y se ve que tomó confianza debido a que estaba empezando a delirar debido al calor. A mí no me importó, pero a la chica a la que no paraba de mirarle el escote como si nadie se diese cuenta, creo que sí. 
Total, que llegó el autobús (el único que va al hospital) y todo el mundo luchó por entrar. Él me dijo en aquel momento (a gritos) que haría lo que fuese necesario por sentarse. Que él se bajaba en la avenida Cabo de Gata y que, en el caso de pillar un asiento, sería ahora o nunca. Me dijo adiós y me miró solemnemente a los ojos, y entonces se dio la vuelta y, con un grito de guerra, comenzó a dar placajes a la masa para poder entrar de los primeros. Sin embargo, se dio cuenta de que no lo iba a conseguir y salió de la masa. Me pensaba, al ver cómo se alejaba del autobús, que había decidido esperar al siguiente, pero nada más lejos. Sólo se había alejado para tomar carrerilla. 
Corrió hacia el autobús y, utilizando su cabeza como ariete, saltó a la ventana del autobús (entre la segunda y la tercera puerta) y la atravesó, rompiéndola en mil pedazos. Sin embargo, cuando entró ya era tarde; todos los asientos estaban ya pillados. Cuando yo entré, lo encontré de pie, y muy pálido. Se sujetaba como podía a una de las barras (que tenía un par de manos amputadas como adorno) y le temblaban las piernas. Me acerqué a él (a costa de pisar e hincar mi codo en el estómago de al menos 80 personas) y le pregunté que qué le ocurría. También le pregunté que en qué momento se había cambiado la camiseta blanca por la camiseta roja que llevaba puesta, pero él me dijo que no se había cambiado de camiseta, que lo rojo era sangre. Se apartó la mano de la garganta y me señaló el corte que se había hecho con uno de los cristales, al atravesar la ventana. La sangre no paraba de salir. Intenté contarle chistes para animarle, y lo conseguí, pero al hacerle reír la sangre comenzó a salirle más a borbotones. Entonces, perdió el equilibrio y cayó sobre mi. Yo lo sujeté. Él comenzó a decir algo y le dije que se callase, que sólo perdería más sangre y que se animase, que si pillábamos todos los semáforos en verde y nadie más se subía en el autobús, dentro de 50 minutos llegaríamos al hospital. Él me dijo que de aquella no salía y me pidió que le hiciese una promesa. Me pidió que le prometiese que me quedaría con su cadáver aunque pasase la avenida cabo de gata, y que esperase a que el autobús se vaciase. Y que, cuando un asiento se quedase libre, dejase a su cadáver reposar sentado en dicho asiento. Su voz se iba apagando a cada palabra. Me volvió a pedir que se lo prometiese, me lo pidió por favor y, antes de que yo abriese la boca, dijo lo último que jamás saldría de sus labios: 

-Es digno el morir de pie, pero siéntete afortunado cuando puedas estar sentado (tos). Son las pequeñas cosas aquellas por las que merece la pena luchar. Prométemelo...

No estoy seguro de si en aquel instante quería que le prometiese que apreciaría los pequeños logros, como conseguir asiento en Surbús, o que haría que su cadáver se sentase. De lo que sí creo estar seguro, es de que cuando le dije "Te lo prometo", él ya estaba muerto. 
De cualquier modo, cumplí las dos promesas. Esperé a que un asiento se quedase libre (dos paradas antes del hospital) y deposité su cadáver en el asiento, apoyando su cabeza en el cristal y cerrándole los ojos. Me despedí y salí del autobús. 

Me giré en el último momento, cuando el autobús estaba saliendo de la parada, y pude verlo a través del cristal. 

Justo antes de que el reflejo del sol en el cristal de la ventanilla me impidiese comprobarlo, tuve la curiosa sensación de que estaba sonriendo. 

miércoles, 22 de octubre de 2014

Día 1

Si hay algo peor que verte obligado a utilizar Surbús, es verte obligado a utilizar Surbús en esos días en los que por la mañana hace un frío de cojones (de cojones porque el frío te mete los cojones para dentro) y después te vas a morir de calor. Es uno de esos fenómenos que sólo ocurren en los desiertos (y, por tanto, en Almería) y que produce la termoclastia en el corazón de todo aquel que aquí se vea obligado a coger un autobús a las siete y media de la mañana y otro a las dos de la tarde.
El día de hoy, como siempre, ha sido duro. Es por eso que decido escribir estas líneas, hacer un registro de lo que todo el mundo sabe y nadie dice. Y, si algún día muero en alguno de mis intentos por ir a la universidad, al menos estas palabras permanecerán aquí, ya que el código binario no se biodegrada. 

El día empezó con unas bajas temperaturas. Yo era consciente de que después me asaría de calor así que decidí prescindir de la chaqueta, porque a la vuelta tendría que llevarla en brazos y, cuando de surbús se trata, llevar algo en brazos a la vuelta de la universidad supone el riesgo de perderlo y no recuperarlo jamás. Sin embargo, por alguna extraña razón, se abrieron las ventanas del autobús cuando iba por el paseo marítimo (y podía acelerar porque jamás se baja nadie en las tres o cuatro paradas que hay antes de la universidad) y comenzó a entrar un frío que a todo aquel que tenía algo de saliva en las comisuras de los labios, se les cristalizó y les hizo la sonrisa del payaso. 
Además, debido a la aceleración y al frío repentino, un señor mayor que iba a Costacabana sufrió un infarto. Al principio nos asustamos porque no sabíamos qué hacer, pero después el conductor frenó el autobús (en seco, con la consecuente caída del 80% de las personas que íbamos de pie) y llamó a una ambulancia. Tardó muy poco en llegar, pero primero se paró al lado de la ventanilla y le hizo un gesto al conductor, para saber si era ese autobús. Sin embargo, el conductor del autobús interpretó el gesto como que le estaba retando a una carrera y aceleró de golpe. La ambulancia se picó también y volvió a poner la sirena para que los coches le dejasen espacio. 
Con la tontería, hoy ha sido el día que más temprano he llegado a la universidad, pero he llegado oliendo a vómito y a sangre. 
No sé qué habrá sido del tipo que sufrió el infarto; la verdad es que en cuanto llegamos a la universidad todos nos habíamos olvidado y salimos del autobús. Posiblemente si no lo mató el infarto, lo mataron los pisotones. Y puede que los cristales, porque como íbamos tantos y salimos tan de golpe del autobús, se creó en su interior un vacío que hizo que todos los cristales reventasen hacia dentro y que la chapa del autobús se arrugase al comprimirse. Que yo sepa, nadie murió, pero es posible que este último incidente se haya cobrado la vida del conductor y del hombre del infarto. 

¿Qué decir de la vuelta en autobús desde la universidad hasta el hogar? ¿Qué decir de esa parada que está siempre tan abarrotada que ni tan siquiera Dora puede explorarla? ¿Habéis visto los juegos del hambre? Cuando los sueltan a todos al principio y tienen que correr y si hace falta se matan entre ellos para poder conseguir unos víveres y útiles limitados, antes de que los consigan los otros. Pues coger el autobús a las dos de la tarde en la universidad, igual. Y no sólo porque a las dos de la tarde todo el mundo tenga hambre, que eso también influye. He oído historias terroríficas de casos de canibalismo que se dieron mientras varios alumnos esperaban las líneas de refuerzo. 

Cuando la gente está esperando a que llegue algún autobús, se forman pequeñas mafias. La gente, sonriendo para que los miembros de los exogrupos no sepan qué están tramando, se reúne en grupos y empiezan a tramar estrategias. 

Realmente, la parada de autobús de la universidad, a la hora de comer y con el calor, es capaz de sacar lo peor de cada persona. Una vez supe del caso de una chica que, según decían, siempre había sido un peazo pan y era amable con todo el mundo. Pero un día se le ocurrió desarrollar una estrategia con varios chavales más para conseguir pillar asiento en el autobús, formando así una de esas pequeñas mafias a corto plazo que suelen crearse. Sin embargo, uno de los compañeros se quedó rezagado y no pudo cumplir su función en la estrategia (que consistía en hacer de ariete), por lo que esta chica, que todo el mundo coincidía en lo buena persona que era, no pudo encontrar plaza en el autobús. A consecuencia de esto, la chica se compró una katana y al día siguiente le cortó el dedo índice y el anular al compañero que había fallado a la estrategia. Después, se tatuó un par de kanjis en la espalda y creo que nadie ha vuelto a saber de ella desde entonces. 

Hoy, si os digo la verdad, el momento de la vuelta no ha sido de los peores. Sólo ha habido siete muertos y tres desaparecidos, y yo solamente he perdido un par de dientes por un codazo que me dio un tío abriéndose paso, pero uno de ellos ya era un implante de otro diente que había perdido cuando estaba en primer curso, así que no me importa demasiado. 

De el viaje de vuelta tampoco hay mucho que contar. Prácticamente fuimos totalmente inmovilizados hasta que el autobús llegó a la avenida mediterráneo. Hasta la avenida lo único interesante fue cuando una señora se puso a conversar con el conductor (desde la mitad del autobús):

-¡Oye! ¡Para! ¡Que te has pasado mi parada!
-¡Señora, que hay que darle al botón, señora!
-¡¡Pero usted tiene que parar igualmente!! 
-¡Yo no tengo obligación de parar si nadie pulsa el botón ni hay nadie en la parada, señora!

La conversación comenzó cuando "se saltó" la parada de la cabaña, que por no haber nadie no hay ni gente haciendo footing por el carril bici, y como la señora siguió discutiendo acaloradamente, el conductor se saltó cuatro paradas más. A la quinta la señora recordó que la discusión era porque quería bajarse del autobús y por fin lo consiguió, pero debido a la densidad de población que había en el autobús (17 personas/m^2) lo tuvo bastante jodido para salir. El conductor pensó que en veinticinco minutos habría tenido tiempo de sobra de llegar a la salida pero la señora aún tenía una pierna en el interior del autobús cuando se cerraron las puertas y aceleró. Fue arrastrada hasta la siguiente parada, donde al abrirse la puerta fue pisoteada por veinte personas (qué descanso en aquel momento, por fin se comenzó a vaciar el autobús) y posteriormente arrollada por las ruedas traseras del autobús. 

El momento más interesante de la vuelta fue cuando, preso del hambre y sofocado por el gentío y el calor (aunque el autobús estaba ya más desagobiado de gente), un hombre de unos 25 años sacó una pistola y apuntó al conductor a la cabeza. Apretó el cañón contra su sien y le dijo que se saltase todas las paradas y los semáforos desde ahí hasta la bola azul, ya que su padre le acababa de enviar un Whatsapp diciéndole que acababan de poner su plato de macarrones en la mesa y que se estaba enfriando. 

Y eso es todo. Como no iba a parar en mi parada (yo me bajo antes de llegar a la bola azul, aunque luego me tiro media hora andando cuesta arriba) cogí el martillo ese rojo, rompí una de las ventanas y salté por ella en el momento en el que el conductor frenó un poco para no arrollar a una pandilla de niños que venían de un colegio (gesto que le valió al conductor un disparo en la rodilla). Observé el autobús conforme se alejaba. Al parecer el tipo de la pistola le estaba metiendo prisa al conductor y, cuando tomó la rotonda de la magnesita, derrapó, hizo un trompo y luego volcó, rodando varias veces y finalmente impactando contra un coche muy colorido que hacía publicidad al chiquipark y convirtiéndose en una gran bola de fuego y metal. 

Eso es todo lo que he vivido hoy. Si mañana sigo vivo, puede que siga dejando aquí mis memorias. Si no lo hago, es posible que sea porque no he tenido tiempo de escribir, pero no descartéis otras posibilidades mucho más apoteósicas.

Ya sabéis...

Con Surbús, nunca se sabe.