viernes, 14 de octubre de 2016

Día 9

El sufrimiento es el alimento del arte. Eso dicen. Y ¿Qué causa más sufrimiento en esta ciudad que el servicio de Surbús? Hacía mucho tiempo que no escribía, pero es que quería haber recopilado algo de material para esta pequeña entrada. Y hablo de material físico. La gente que utiliza Surbús sufre. Algunos lo callan, como las hemorroides, pero otros lo liberan escribiendo. Me di cuenta en una ocasión en la que, sentado en la parada del autobús (no todo el mundo tiene ese privilegio), encontré a mi lado una nota doblada. Cuál no fue mi sorpresa al descubrir que se trataba de dos Haiku que decían así:

"En la parada del autobús"
¿Son vida y muerte
Dos nombres idénticos
Que adopta el tiempo?

Es la cuestión
Que resuelve la espera
Que yo llamo infierno.

No es un gran poema ni mucho menos, pero he de decir que despertó mi curiosidad. Iba a escribirlo en el blog cuando llegara a casa, pero como el autobús tardó en llegar a la parada 45 minutos y 60 en llegar a mi casa, cuando llegué ya me había olvidado por completo. Me acordé un tiempo después, cuando oí al conductor decir un pareado por accidente:

¡Al próximo que pulse el botón y no se baje
Le corto los huevos y los echo al potaje!

Lo dijo a la salida de la Universidad, por lo que a todos nos dio hambre. Pero a mí me dio algo más. Un sentimiento de inquietud. Cuando descubrí qué era, me acordé del olvido. 
Ya que había pasado tiempo desde que había descubierto el Haiku, me dije: Seguro que hay más gente que escribe. Tal vez podría reunir unos cuantos poemas surgidos del sufrimiento ocasionado por Surbús y juntarlos todos en una misma entrada. Sería un buen material para el blog
Así pues, desde entonces comencé a levantar los papelitos doblados que encontraba en las paradas de autobús y en el mismo autobús, en el suelo y entre los asientos. Teniendo en cuenta que los viajes (sin contar las esperas) suelen durar entre media hora y una hora no era una idea muy loca pensar que dos o tres personas hubieran aprovechado ese tiempo para escribir. Y, en efecto, tres semanas después, o quizá transcurrido ya el mes, encontré un papel que al desdoblarlo no era ni un ticket del viaje, ni un rescoldo de porro, engurruñado y remetido bajo un asiento. Era un poema y decía así:

La vio sólo un instante con los ojos
Y toda su vida con los recuerdos.
Fue uno de esos momentos en los que 
El corazón no consulta al cerebro.
Él iba sentado, ella erguida
Y el amor hizo una fotografía
Y se reveló en su alma, volviendo
Del revés los esquemas de su vida.
Pensó en dejarlo todo, ir con ella,
Pero siguió mirándola sentado
Se vio capaz de atravesar la puerta
Y en el cristal continuó, apoyado.
Y cuando bajó, él no iba a su lado;
La contempló perderse entre el gentío.
El autobús separó dos personas,
La indecisión separó dos destinos.

No pude evitar sentir cierta ternura e imaginar, con los adornos que sólo nuestra imaginación nos puede conceder, la historia que había detrás de esos versos. Una historia triste, sin duda. Aún hoy, casi un año después de haber descubierto ese poema, sigo preguntándome si volverían a encontrarse. 
Ya tenía dos, pero no me bastaba. Quería algo más. Tres es el número mágico. Pero no volví a encontrar nada. No fue hasta hará cosa de un par de semanas que volví a recordar el asunto. Estaba subiendo al autobús y pasando la tarjeta para pagar el viaje cuando vi cómo el conductor cogía un papel engurruñido de debajo del volante, mascullaba "¿Esto qué mierda es?", y lo lanzaba hacía atrás sin preocuparse por dónde caería. Lo atrapé al vuelo, antes de que éste pudiera llegar al suelo. Lo abrí e, intentando mantener el equilibrio y no caer encima de nadie, comencé a leer:

Día 3
Ya sé cómo te llamas
Pero tú aún no sabes mi nombre.

Día 4
Ya creo saber
Que te gusta la combinación del amarillo 
Con el color de tus ojos de avellana
Y que los rizos de tu pelo 
Acaban escapando siempre a la lisa diligencia a la que los sometes
Como hacia tu reflejo escapa mi mirada
Incluso cuando ya no estás ahí.
Pero tú aún no sabes mi nombre. 

Día 5
Ya sé que tu voz es pausada
Porque te gusta tomar aire cada dos o tres palabras
Y a pesar de la algarabía 
He aprendido a conocer el timbre de tus suspiros
Que llega sin problemas, haciendo vibrar mi oído
Y pintándome en el rostro una sonrisa. 
Pero tú aún no sabes mi nombre. 

Día 6
Ya sé que te gusta apoyar el pie derecho 
Cada vez que te despides en silencio
Y desapareces tras la puerta, 
Y también sé que cuando vuelves
Y me saludas con una tenue venia
Tus ojos no relucen ni se cruzan con los míos
Porque sé que tú no quieres saber
Nada de mí.
Por eso aún no sabes mi nombre.

Día 8
Ya sé que eres feliz.
Ya sé que lo único que aquí buscas
Es poder sentarte junto a la ventana
Y dejar a tus ojos perderse en el paisaje
Al que envidio. 
Ya sé que volverás aquí 
Todos los días, mostrándome una tarjeta
Sin que nada más de mí te importe
Que el mero hecho de llegar a tiempo.
Ya sé que seguiré conduciendo
Y que tú nunca sabrás mi nombre. 

Y esto es todo lo que contenía el papel doblado. No sé quién la escribiría y, desde entonces, no dejo de preguntármelo cada vez que subo al autobús tras una eternidad de espera y pago mi viaje mirando al conductor. También ignoro qué ocurriría el día 7, por qué no escribió ese día y por qué al siguiente día fue el día en que abandonó los versos. Y también me pregunto cuántos días llevaría ahí ese papel arrugado. Ese mismo día me propuse escribir en el blog pero, entre pitos, flautas y trombones aún no he podido ponerme a ello. Anoche, cuando me acosté, me prometí que hoy lo escribiría. Me levanté temprano, hice un viaje a una copistería y, a la vuelta, encontré otro papel arrugado. Tal vez no esté al nivel de las anteriores, pero es demasiada la casualidad de que la haya encontrado hoy como para no dejar constancia de ella aquí. He aquí la última y anónima poesía surgida del hondo y oscuro pozo de sufrimiento que supone ser un usuario de Surbús:

Me cago en la puta 
El autobús no llega
Qué coñazo es la espera
Del alcalde es la culpa. 
Cuando entre, codazos,
Miradas furibundas
Y hedor a sobaco. 
Después
Toda una hora de pie
Agarrado a la puta mierda de barras esas amarillas de los cojones que me cago en la madre que las parió
Y dándole al botón de la rampa
Con el tercer ojo.
Ojo ciego e inocente
Ojo negro sin iris
Ojo rojo cuando escuece
Y no es conjuntivitis.
Quiero llegar a mi puta casa
Tengo hambre, coño,
Tengo un empedrado de habas,
Un buen plato para otoño. 
Y ahora que en las habas pienso
Mientras monto este servicio
Me doy cuenta que ese vicio
Es la causa de mis pedos.
No importa, 
Cuando llegue, pomada,
Si es que no me doy una torta
Antes en las putas barras.